Día 3.- Sábado 2 de Agosto:
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Vuelo Delhi-Varanasi-Sarnath-Arati en el Ganges
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EN
RICKSHAW AL ARATI EN EL GANGES
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Estamos en
Varanasi,
Benarés o Kashi (sus tres nombres), 3.500 años
la contemplan, Dicen que aquí nada
ha cambiado desde el siglo
VI antes de Cristo. El río discurre de sur a noreste y la
ciudad se esparce por la orilla oeste. Su parte antigua está
edificada sobre una ancha colina que domina el cañón del río, que en
esta zona tiene más de 1 Km de anchura. En ella se alinean templos
de torres piramidales, decadentes palacios del siglo XVIII y ashrams
(lugares de oración), que se continúan con un laberinto de callejas
medievales que inevitablemente parten y van hasta el río. |
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Ghats (escalinatas que bajan
hasta el agua), Ganges (Ganga -diosa, femenino-) y Samsara
(ciclo
vida-muerte-reencarnación-vida) estructuran esta parte de la ciudad. Nadie mejor
que Kesho podría ser nuestro anfitrión. Su fe, su santidad y
sus mantras nos hicieron vivir el Arati de una forma inolvidable. |
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El
acceso a los ghats es un entramado de estrechísimas calles en las
que sólo andando, en bici, vespa o rickshaw se puede llegar. La reina de
estas calles es la vaca, y el suelo está dominado por sus
intestinos. |
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La
autoridad de los ghats son los pandits(sacerdotes)-brahmanes, sentados en bancos de madera bajo
sombrillas de bambú, que cobran por todo. Preparan los baños rituales, untan de
tilak (pasta de sándalo) la frente de los turistas y de
los devotos, les sueltan mantras y también vigilan
la ropa de los que se bañan en
el Ganges, |
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Otro tipo de personajes
que pululan por allí son los sanyasins, hombres que han
renunciado a la vida mundana, han abandonado sus casas y se han
metido en un ashram a estudiar, a
meditar y a fumar marihuana. Van vestidos de naranja, con pelos y barba negras largas y trenzadas,
pasean con un tridente en una mano y un cubo de agua en la otra,
llevan pintadas rayas amarillas en su frente para mostrar su
pertenencia shivaita. Se
les oye gritar mientras van de casa en casa pidiendo limosna: “¡Ma,
anna do!” |
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Aún
mas extraños de entre los
sanyasins son los aughurs, que no solo han renunciado al mundo, sino que
han decidido subvertir sus valores. Frecuentan las
cremaciones, duermen sobre tumbas, comen y beben en recipientes
formados por media calavera humana y cocinan su comida en las
hogueras de la cremación. Se emborrachan con vino que ponen en
la boca de los muertos, y ¡practican la necrofilia delante de los
familiares! que la han de soportar con entereza. |
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Otros protagonistas del evento son los
remeros del Ganges, nadie repara en ellos, se concentran en los
embarcaderos, en los que se amontonan largas barcas capaces para
veinte y muy poquitas personas, nada de motores, las mueven a base
de músculo y conocimiento de las corrientes, que en algunas zonas
son realmente temibles. Están atracadas atadas unas a otras,
teniendo que pasar por varias para llegar a la que está dispuesta a
salir. |
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Cada ghat tiene también una floristería,
en ellas trabajan floristas, que sin descanso se afanan en
confeccionar lamparillas flotantes con pétalos rojos y naranjas de
agradable e intensísimo olor y una o varias mechas de distintas
calidades y tamaños. Algunas son verdaderos barquitos destinados a
quemarse viajando sobre el fluir continuo de Ganga, portando el
mensaje que el comprador con fe envía a los dioses, para ser
contestado por ellos. También confeccionan guirnaldas de pequeñas
flores blancas para ponerse en el cuello. |
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El ghat de Manikarnika,
es uno de los lugares mas importantes de las cremaciones. Morir en Varanasi es para todo
hindú la bendición suprema. Si la muerte le sorprende en un
perímetro de 60 Km. alrededor de la ciudad, Shiva, su
divinidad tutelar, lo libera del ciclo perpetuo de las
reencarnaciones y permite que su alma se funda para la
eternidad en el paraíso, el Moksha. Muchos indios,
al sentir su fin próximo, viajan hasta aquí para recibir a la
muerte. |
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En este ghat hay una explanada donde arden piras funerarias. Los
encargados de las cremaciones son los doms, la mas baja e
impura de las castas. El jefe
de los doms es alguien muy importante, decide lo que
pagarán los familiares y sus órdenes se aceptan sin discusión. Se
mantiene siempre cerca del símbolo de su poder y de su rango, un
pequeño altar en forma de fuente donde arden las brasas del fuego
que usa para prender las piras funerarias --y del cual él es el
supremo guardián. Las camillas de bambú van llegando cada una
con un cuerpo envuelto en sudarios de color o blancos (tienen su
código). |
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Sobre los peldaños, los
barberos afeitan meticulosamente la cabeza de los parientes de los
muertos mientras las familias cantan mantras y los pandits discuten el precio de sus servicios sacerdotales.
Vacas, burros y cabras se comen las guirnaldas de flores sobre los
lechos mortuorios; perros color de la ceniza hurgan a la búsqueda de
algún hueso que haya escapado a la incineración; los cuervos vuelan
en picado para atrapar residuos. |
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En
cuanto una pira se encuentra disponible, los porteadores
bajan hasta el río al candidato al viaje eterno y lo
sumergen una última vez en el Ganges. Le abren la boca y
dejan caer unas gotas de agua cinco veces y luego las dejan
secar. Después colocan el cuerpo sobre
lo que va a ser la hoguera. Los doms cubren el cadáver con
troncos de madera y lo
rocían con aceite y/o gasolina.
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El rostro y el cráneo afeitados
salvo un redondo mechón en la zona occipital, el torso y la cara
purificados por las abluciones rituales, con una larga
túnica hasta los pies, el primogénito del
muerto da tres vueltas alrededor de la pira para dar así su
último adiós. Un dom le entrega una antorcha.
El hombre la coloca en la parte de abajo y un haz de fuego
surge de la pirámide de madera. Los hombres de la familia se
sientan en redondo alrededor de la hoguera. |
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Al cabo de un momento se
oye un chasquido seco. Aún mas ensimismados, se recogen
murmurando una acción de gracias. Acaba de estallar el cráneo
del difunto: es el momento cumbre en el que los canales por donde
había circulado la energía vital se abren a la energía cósmica.
Sorprende que no haya escenas desgarradoras, ni llantos
descontrolados. La tranquilidad y hasta el silencio con el que se
realizan las cremaciones es chocante para un occidental. Pero
lo que puede parecer una falta de reverencia o de emoción frente a
la muerte no es más que un aspecto de la fe hinduista. |
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Para ellos, el final de
esta vida no es mas que el principio de la siguiente. Además, existe
la creencia que llorar trae mala suerte al difunto: es como un
lastre que obstaculiza su liberación total. Porque Varanasi, cada día, quiere ofrecer a sus
muertos la liberación suprema. Tras la cremación, los doms
comienzan a lanzar cubos de agua sobre las cenizas que van
resbalando hasta fundirse con la continua corriente de Ganga. |
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El atardecer es un momento que en los
ghats se hace inolvidable. Cuando el sol desaparece
en el horizonte, surge un mugido de cientos de caracolas.
Comienza otro de los ritos de Varanasi:
El ARATI, el culto al crepúsculo. Al oír este
llamamiento, en cada peldaño, en cada plataforma al borde
del Ganges, se ven celebrantes
con el cuerpo cubierto de ceniza que empiezan a agitar sus
campanas, símbolo de la vibración cósmica primordial. |
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Luego hacen a los dioses la ofrenda de los cinco elementos:
el agua del continuo pasar del sagrado río, una
flor como símbolo de la tierra, una lámparilla que simboliza
el fuego, una
cola de pavo en forma de abanico como símbolo del aire, y al
final el quinto elemento de la tradición hindú, “lo que lo
envuelve todo”, un trozo de tela. Al ritmo de los tambores,
los gongs y las campanas, la
ceremonia se prolonga a medida que la oscuridad envuelve
este lugar eterno, esta ciudad hecha de fervor y de
esperanza. |
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Tras empaparnos de agua y budismo en Sarnath,
pasamos por el hotel, nos adecentamos y en autobús nos dirigimos
hacia el Ganges. En un punto nos esperaban doce desvencijados
ciclo-rickshaws conducidos por famélicos ciclistas que a duras penas
avanzaban con nuestro peso. Con el corazón encogido y lamentando mas
que nunca nuestros indeseables kilos nos sentamos intentando
equilibrar nuestro cuerpo sobre el eje de las ruedas traseras del
engendro. |
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Llovía y el rickshaw
que nos tocó carecía de capota, estaba raída por el sol. Sobre los
hombros el "taxista" llevaba un gran plástico albiazul que pretendió
ponernos encima para resguardarnos del agua. No aceptamos. La
"carrera" duró unos 20 minutos. Cada pedalada era un esfuerzo
sobrehumano y la velocidad tortuguil. De un lado a otro iba
colocando todo su escaso peso para conseguir superar los baches,
charcos, vacas, peatones y pequeñas cuestas. Sudaba y sufría. |
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El ruido de fondo de
la calle era extasiante, bullicio, voces, pitidos, campanas,
música india de altavoces a uno y otro lado. Vespas que nos
adelantaban. Por fin se acabó el trayecto. Kesho nos reunió a todos,
colocó a las chicas delante y nos hizo ir en fila india
(lógicamente) advirtiéndonos que no nos separáramos. |
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De repente cada uno de
nosotros tenía a su lado un chaval de entre 12 y 14 años que
chapurreando español iban a ser nuestros anfitriones desde
aquí hasta el río y de nuevo desde el río hasta los rickshaws. Su
recompensa, comprarles postales y recordar sus nombres. Iban
pendientes de nuestros pies y un metro antes de cada una de las
abundantes catalinas se oía a voz en grito: Jose, ¡mierda! |
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Alcanzamos el
embarcadero y nos acomodamos repartiendo el peso por la gran
barquichuela que conducían dos remeros. había dejado de llover.
La florista ceremonialmente nos repartió a cada uno una lamparilla
sobre la palma de la mano. Consistía en una base consistente
vegetal verde, hojas de caléndula naranja y una mechita que procedió
a prender. |
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En cuanto los remeros
nos separaron de la orilla Kesho tomó la "batuta", cada uno de
nosotros tenía la mano derecha extendida con la lamparilla
encendida, nos instó a meditar sobre un deseo y a colocarla sobre la
corriente del río, mientras recitaba un largo mantra en hindi, que
frase a frase nos hizo repetir a voz en coro. Las lamparillas
encendidas y agrupadas sobre la superficie del río se fueron
alejando en la noche. El silencio dejaba oír la corriente del
río y toda nuestra atención estuvo con ellas hasta que
desaparecieron en el horizonte. |
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La barca sin que los
remeros se esforzaran se había colocado delante del ghat de
Manikarnica. Estaban cremando un cadáver. Kesho nos fue
presentando a los protagonistas y nos pidió no hacer fotos. La
imagen del primogénito del muerto, solo con su túnica blanca hasta
los pies con la cabeza afeitada y un largo mechón dominaba la
situación en un promontorio a la izquierda de la explanada. Nos
presentó a los doms y a su jefe, y por último nuestra timidez nos
hizo rehusar a desembarcar y pasear por la dantesca escena. |
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Con esfuerzo remeril
nos desplazamos contracorriente de nuevo hacia el sur. ¡Ya estaba
preparada la ceremonia del Arati!. El ghat tenía una iluminación
peculiar dirigida sobre cuatro pedestales que sobresalían en un
fondo de sombrillas oscuras. Kesho procedió de nuevo con otro mantra
que coreamos. Su finalidad era pedir el éxito en nuestro turístico
viaje. Luego otro mantra para nuestra vida futura. De repente,
silencio, el arati había comenzado. |
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Tambores, campanas,
gongs a ritmo sincopado y los cuatro sannyasins, cuyos trajes
naranja y sus negros pelos destacaban sobre la noche, comenzaron sus
machaconas letanías de música peculiar que unos a otros se
contestaban. ¡Qué vivencia, mushasho, qué vivencia! |
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