1ª
ETAPA: EN LOS DOS RIOS MAS SAGRADOS DE LA INDIA: EL
GANGES Y EL YAMUNA
Día 3.- Sábado 2 de Agosto. Vuelo Delhi-Varanasi. Transferencia al Aeropuerto a tiempo para
conectar con el vuelo 9W 723 (Salida a las10.30, llegada al aeropuerto de Varanasi (Benarés) a las 11.40 horas. Transferencia al hotel Hindustan
International (4*).
Después del almuerzo excursión a Sarnath
con guía local en español, que también nos acompañará el domingo. Sarnath es un
lugar santo budista, fue aquí donde Buda predicó su mensaje del “medio camino”,
como método para alcanzar el nirvana (budismo).
Dia 4.- Domingo 3 de Agosto. En Varanasi. Nos levantaremos antes del amanecer para hacer
una excursión en barco por
el Río Ganges,
desde el que veremos a los devotos hinduistas realizando sus rituales matutinos
en las escalinatas (Ghats) del río sagrado, mientras el sol se va
levantando. También visitaremos el Bharat
Mata (Templo),
en el que la divinidad central del templo es el MAPA DE LA INDIA (Bharat), el Templo
de Oro de Durga,
con sus monos agresivos, el Templo
Jainista de Vishvanath
(jainismo)
y la Mezquita de Alamgir. Después de comer tendremos tiempo libre para
pasear por la ciudad sagrada y sentir su modo de vida.
Varanasi, como dijo Mark Twain en 1896, es «más antigua que la historia, más antigua que la tradición, incluso más antigua que la leyenda, y parece el doble de antigua que todo ello junto». Corazón espiritual del estado de Uttar Pradesh, Varanasi es una de las ciudades más viejas del mundo con mayor afluencia humana. En la antigüedad fue una metrópolis bulliciosa comparable a Tebas y a Babilonia.
Los
hindúes se congregan en Varanasi para purificarse y morir, para tomar el sol en
el Kasha, o luz divina que los más devotos creen que emana de los más de mil
templos de esta ciudad santa agrupados a lo largo de la ribera del río Ganges.
Dicen que bañarse en sus aguas sagradas limpia de todo pecado. El deseo común
de todos los hindúes es morir cerca de este río y que las propias cenizas sean
esparcidas en sus aguas. De este modo creen que se aseguran su liberación del
eterno ciclo de reencarnaciones.
Cada
amanecer en Varanasi conlleva un impresionante movimiento espiritual. Con las
campanas de los templos que repican por toda la ciudad, miles de peregrinos
atestan los ghats, amplias escalinatas de piedra que conducen hasta el río
sagrado, cuyas aguas son de un color caqui.
Llevan
vasos sagrados de cobre, guirnaldas de caléndulas y candiles de barro y se
sumergen en el Ganges, donde ritualmente se llevan agua a los labios bajo el
sol que despunta. El río discurre de sur a noreste y la ciudad se esparce por
la orilla oeste. Con esta suave luz, casi evangélica, el cañón del río,
hormigueante de gente y en el que se alinean templos de torres piramidales,
decadentes palacios del siglo XVIII y ashrams, lugares de oración, ofrece una
imagen inolvidable.
Detrás
de los ghats hay todo un laberinto medieval de callejones abarrotados de
bazares resplandecientes, monjes ascetas, chiquillos de piel morena, faquires
ungidos con cúrcuma y con el pelo como si fuera esparto, viudas vestidas de
blanco, mendigos salmodiando y vacas gordas pintadas.
La unión
umbilical del hinduismo con el río Ganges se cree que empezó con los arios, que
comprendieron que esta vía fluvial daba vida al norte de la India, sin la cual
hubiera sido un desierto. Este río, que tiene una longitud de 2.525 km, nace
como una fuente en Gangotri, en el Himalaya, y serpentea a través de las
llanuras del norte hasta formar un delta gigante y muy fértil antes de
desembocar en la bahía de Bengala. En su curso transporta las esperanzas, las
plegarias y, cuando mueren, las cenizas de millones de hindúes. Cruza además
otras ciudades santas de Uttar Pradesh, como Allahabad, Rishikesh y Harídwar.
Aunque
el agua del Ganges es sagrada y muchísimas personas la beben, el río está
gravemente contaminado por millones de litros de aguas residuales sin depurar y
desechos industriales que se vierten diariamente en él. El problema se agrava
con la práctica hindú por la que se prohíbe la incineración de niños, hombres
santos y enfermos, que para el Ganges suponen unos sesenta mil cadáveres al
año.
Los
arqueólogos creen que el nombre mitológico de la ciudad, Kashi, es probable que
provenga de sus primeros pobladores, la tribu aborigen de los kashia, que se
establecieron en el río hace unos tres mil años y se ganaban la vida a duras
penas con el trueque de esteras tejidas a mano hechas con la abundante hierba
de la zona y a las que se llamaba kushasans. Se siguen haciendo esteras que
sobre todo se utilizan como paraguas para proteger a los hombres santos del
sol, normalmente fortísimo.
Los
pobladores arios hindúes ocuparon dicho emplazamiento aproximadamente desde el
800 hasta el 900 a. C., y la ciudad pronto atrajo a filósofos, poetas,
matemáticos y peregrinos. El budismo nació en la cercana Sarnath, donde el
príncipe Siddhartha dio su primer sermón en el siglo VI a. C., después de
sentir su «iluminación» bajo un árbol Varanasi se erigió como una prestigiosa y
rica metrópolis de templos dorados y altares dedicados a la deidad de la
ciudad, Siva. Los soberanos locales estaban constantemente en lucha por
conseguir cuantiosas rentas y las incursiones de invasores procedentes del
norte asediaban periódicamente la ciudad. El atractivo de Varanasi ya no
dependía sólo de la curiosidad intelectual o el fervor religioso. Sus ricas
sedas, brocados, telas de algodón y tejidos de lana se codiciaban desde China
hasta Roma. A partir del siglo XI, la ciudad se vio importunada frecuentemente
por los musulmanes, que exigían cuantiosos rescates por sus prisioneros. Pero
quien destruyó más templos hindúes fue el emperador mogol Aurangzeb, que
convirtió en mezquita el templo de Vishwanath, hindú por excelencia, ya que se
consideraba la morada terrenal de Siva, dios de la creación y la destrucción.
Los rajás hindúes subieron al poder en 1738 e hicieron de Varanasi su centro de
gobierno hasta que la cedieron a los británicos en el año 1775.
Benarés
era el nombre que derivó de la mala pronunciación inglesa de la versión mogol
del antiguo nombre hindú, Varanasi, que es la contracción de Varanas y de Asi,
los dos ríos que desembocan en el Ganges. El nombre de Varanasi se restituyó
después de la independencia.
La ciudad
se ha ganado un importante prestigio como centro artístico y cultural, y sigue
siendo uno de los mejores lugares donde escuchar las melodías preciosas de la
música clásica de la India: la thrumrí y dadra. Desde el siglo XVII la
ciudad ha sido escenario de representaciones de poemas épicos hindúes y la
Universidad Hindú de Benarés, fundada en 1916 por el nacionalista Madan Mohan
Malviya, es actualmente la primera escuela de la India de estudios sánscritos e
hindúes. Ravi Shankar, músico de renombre internacional, es hijo de Varanasi,
así como algunos de los mejores intérpretes de sitar y tabla del país.
Como
escondidas en el centro antiguo de la ciudad medieval hay miles de familias,
muchas de ellas musulmanas, que se dedican a la confección de las famosas sedas
de Varanasi y tejidos brocados, alfombras y juguetes de madera perfectamente
tallados.
Existen
una serie de visitas que no hay que perderse, como por ejemplo los templos, el
paseo de madrugada por el rio, la Universidad de Benarés o la fortaleza de
Ramnagar y Sarnath. El periódico Northern India Patríka tiene una buena sección
de espectáculos. Para información detallada de los ghats, los templos y el
hinduismo en general, recomendamos la obra Benares City of Light, de Diana Eck
(Princeton University Press). Los ghats de Varanasi bordean el Ganges como un
cañón medieval a lo largo de casi 7 km, con palacios del siglo XVIII, templos
muy ornamentados y residencias con fachadas desconchadas.
En
Varanasi cada día está dedicado a uno de los dioses del panteón hindú y la gran
afluencia de peregrinos asegura la vitalidad de la ciudad durante todo el año.
Pero, por lo que se refiere al clima, la mejor época del año para ir es entre
octubre y marzo, pues los monzones hacen crecer el Ganges desde mediados de
junio hasta septiembre. Por otra parte, durante septiembre y octubre, Varanasi
acoge en sus escenarios los mejores festivales de la India, el Ram Lila 0
Dussehra, diez días de espectáculos llenos de fantasías, actuaciones de danza y
música. El mejor escaparate para los músicos virtuosos son los festivales
musicales de Varanasi, entre los que destaca el celebrado en el templo de
sankat Mochan a principios de abril ocasión en la que los mejores músicos tocan
entre cuatro y seis noches en señal de gratitud al dios mono Hanuman. También
hay que tener en cuenta los festivales de Lalit sangit Parishad, en diciembre;
el Rimpa, en enero, y el Dhrupad Mela, a finales de febrero. La entrada es
gratuita y se recomienda llevar una manta para taparse un poco ya que los conciertos
de noche suelen terminar de madrugada.
1.- Los
ghats:
La
efervescencia de la vida de la ciudad transcurre en los 7 km de los cien ghats,
que bordean la ribera oeste del Ganges. La mayoría fueron construidos durante
el siglo XVIII, junto con los palacios y templos de los maharajás de Varanasi,
Jaipur, Udaipur, Gwalior y Mysore.
No hay visitante que se pierda un vuelta en barco por los ghats de madrugada para tener una vista de tribuna de la luz mágica que se filtra en una de las escenas más emocionantes de devoción popular en todo el mundo.
Nos
levantaremos antes de las 04.00 horas -siempre se podrá después hacer
una siesta- nos pondremos en dirección al Dashaswamedh Ghat, donde
encontraremos nuestro barco. Como introducción, daremos una vuelta de una hora
por la parte alta del río (al sur) hacia el Ghat del Asi, para luego
regresar y dirigirse río abajo (al norte) hacia el ghat de Panchganga.
Veremos
una muchedumbre de fieles congregada en la orilla del río, realizando ritos hindúes
y enjabonándose de la cabeza a los pies. Los hombres jóvenes hacen posturas de
yoga antes de zambullirse con saltos temerarios desde las agujas de los
templos. Las mujeres se sumergen discretamente con sus saris. Los sacerdotes
brahmanes ofician ceremonias desde peanas bajo sombrillas de hojas de palmeras
y dan sermones sobre epopeyas hindúes. Hay también barberos ambulantes que
afeitan las cabezas de los clientes que hacen penitencia, lavanderos que
escurren montañas de ropa enjabonada y yoguis medio desnudos sentados e
inmóviles en posturas hieráticas.
La lucha
libre es uno de los pasatiempos favoritos y la muchedumbre ovaciona a los
contendientes, sobre todo cuando se enfrentan en unos hoyos especiales de los
que la única forma de salida posible consiste en trepar a gatas por un malkham,
poste de madera lisa.
La
mayoría de viajeros regresan de Varanasi contando historias ilustradas de las
costumbres funerarias de la ciudad. Seguro que nuestro barquero se complacerá
especialmente al señalarnos «las gentes del Ganges», los pálidos cadáveres que
flotan río abajo acompañados por guirnaldas de caléndulas y bolsas de plástico.
Los nativos no se dejan impresionar por estas imágenes, que contemplan con
calma asiática y sentido del humor, como una parte más del conjunto de restos
de naufragios y cargas que continuamente se arrojan alas aguas de este río. Son
un símbolo del gran ciclo espiritual de vida y muerte que se vive en Varanasi.
Puede que algunos turistas impresionables se hagan instantáneamente vegetarianos.
Sin embargo, la mayoría sienten que la fascinación es superior a los posibles
remilgos que puedan surgir.
Los
ghats donde se disponen las piras funerarias o «crematorios» más ocupados son
el de Manikarnika y Harishchandra. Los cadáveres se envuelven con
una muselina blanca y se cubren con caléndulas de color naranja antes de ser
llevados en parihuelas de bambú a una de las piras que están junto al río, que
tradicionalmente enciende el hijo mayor del difunto. La casta encargada de
las pompas fúnebres es la de los doams, intocables, reconocibles por sus
cabezas afeitadas y taparrabos. El rajá Doam, su guía por herencia, inspira un
temor especial porque se considera que su bendición asegura una reencarnación
superior. Controla sus dominios desde una casa en lo alto del ghat de
Manikarnika, decorada con dos tigres de yeso de tamaño natural que pretenden
simbolizar la inminencia de la muerte. Los doams despachan diligentemente a los
cadáveres. Les construyen piras, salpican la leña con combustible y mueven sus bastones
ceremoniales para abrir las calaveras en llamas y asegurar que el alma escapa
del cuerpo. En el ghat de Manikarnika, las familias de buena posición
rivalizan entre sí por conseguir que uno de sus familiares sea incinerado sobre
la losa de Chandrapaduka, que se cree conserva las huellas del dios
Visnú. Se producen pocas escenas de dolor, ya que los hindúes creen que una vez
el alma se ha liberado, el cuerpo no es más que un esqueleto desechable, y por
tanto carente de toda importancia. Pero hay que tener la consideración de no
fotografiar ningún momento del ritual pues no sería la primera vez que algunos
turistas incautos hayan ofendido a los participantes de un funeral hindú y se
hayan visto implicados en reyertas, que muchas veces terminan con la cámara
fotográfica arrojada al Ganges.
Durante
el paseo en barco, hay que ver los cinco ghats más sagrados. Asi,
Dashaswamedh, Manikarnika, Panchganga y Raj. Los peregrinos que se bañan en
cada uno de ellos creen que sus súplicas serán escuchadas. El que se encuentra
en la parte más superior del río (mas al sur) es el ghat del Asi, que
marca la confluencia de los ríos Ganges y Asi. A continuación viene el ghat
de Tulsi, que honra al poeta Gosain Tulsi Das, traductor del Ramayana, que
murió aquí en 1623. El alcantarillado de la ciudad se vacía debajo del ghat
de Janki, en cuyas inmediaciones se encuentra el primer crematorio
eléctrico que instaló el gobierno, un experimento que enfrenta fe y
modernización, pues resta belleza a un acontecimiento sagrado para los hindúes.
Los jainistas
utilizan el ghat de Bachra, donde además cuentan con tres templos de su
religión. Al lado está el Ghat de Kali, o Shivala, muy adornado e
impresionante, todavía utilizado por miembros de la nobleza, familiares del
primer maharajá de Benarés y que se reconoce fácilmente por el enorme lingam «falo»)
de Siva que ostenta en su plataforma.
El ghat
de Hanuman atrae a grandes grupos de fieles que rinden culto al dios mono.
Cerca, el ghat de Dandi es el utilizado por los ascetas, faquires y
yoguis. Pasadas las humeantes piras de Harishchandra se encuentra
el ghat de Kedar, con sus elegantes templos. El ghat de Mansarowar
debe su nombre aun lago tibetano que está a los pies del monte Kailas, morada
de Shiva en el Himalaya. El Someswar, o «Señor de la Luna», se dice que
tiene poderes curativos sobrenaturales y atrae a muchedumbres de leprosos,
acompañantes y enfermos terminales. A continuación está el ghat de Ahalya
Bai, reina de Indore en el siglo XVIII.
El ghat
de Dashaswamedh es el lugar de abluciones más concurrido de todos. Su
nombre honra el lugar donde Brahma sacrificó (medh) a diez (dash) caballos
(aswa). Uno de sus varios templos está dedicado a Sitala, la diosa de la
viruela. Cerca de él se encuentra el gran ghat de Man Mandir y un
observatorio que Jai Singh II ordenó construir en 1710. El ghat de Mir conduce
a un templo nepalí que está decorado con pinturas eróticas, y más tierra
adentro se encuentra el Templo Dorado, el lugar de culto más sagrado de
Varanasi. Próximos a él están los dos ghats crematorios más venerados el
Manikarnika y el Jasain, preferido sin duda alguna por la elite india.En la
zona norte está el ghat de Dattatreya, que debe su nombre a un santo
brahmán; el ghat de Panchganga, donde se cree que los cinco ríos
sagrados de la India confluyen; el ghat de Trilochan, notable por sus
dos torreones, y el ghat del Raj, objetivo último de los peregrinos.
2.- La ciudad:
Después
de dejar el Ganges y al adentrarse en la ciudad, lo mejor es recorrer sus
hondonadas y callejuelas de ambiente medieval buscar bazares y templos, asomarse
a los palacios decadentes y volver a ir a parar a la ribera del río. No hay
ningún mapa que reproduzca fielmente todo este entramado de pasillos
laberínticos, algunos tan estrechos como el movimiento que puede abarcar un
brazo, la mayoría oscuros y resbaladizos, fascinantes y claustrofóbicos al
mismo tiempo. Perderse forma parte de la exploración y tiene su gracia. Si
no consigue orientarse de ninguna manera, las gentes del lugar aconsejan seguir
a una vaca sagrada para llegar al río.
Podemos
empezar por el foro más importante de la ciudad antigua, el ghat de
Dashaswamedh/zona de Chowk, luego hay que bajar por la hondonada de
Vishwanath que conduce al Templo Dorado. Los hindúes creen que Shiva
vive allí, por lo que es demasiado sagrado como para que se permita la libre
entrada a los que no son hindúes. Los turistas pueden asomarse a su interior
desde la casa antigua que hay al lado. El templo original construido en 1600
fue destruido por el emperador mogol Aurangzeb quien, en una exhibición de
poder sobre los ciudadanos hindúes, construyó su mezquita Gyanvapi en lo
alto del emplazamiento. Una reina maratha, Ahalya Bai, lo reconstruyó en 1776,
a continuación de la mezquita. El actual templo dedicado al dios que los
hindúes consideran señor del universo. Las placas de oro macizo de las agujas
fueron un regalo del maharajá Ranjit Singh de Lahore en 1835. Las barracas de
la calle venden flores al peso, matamoscas de cola de caballo, toda una parafernalia
de objetos religiosos, juguetes de decoración recargada, ajorcas de cristal y
joyas que son auténticas filigranas.
En
dirección sur se encuentra la Universidad Hindú de Benarés, a 11 km del
centro de la ciudad. Abre cada día excepto hoy domingo. En su sala Bharat Kala
Bhavan se puede admirar una excelente colección de pinturas miniaturistas y
esculturas. Desde aquí, se puede decidir tomar el trasbordador i para llegar a la
fortaleza Ramnagar, del siglo XVIII, que se encuentra al otro lado del río,
a unos 16 km del centro de la ciudad. El maharajá todavía vive aquí, en
una suite espléndida con vistas al Ganges, aunque parte de su antigua residencia
es actualmente un museo muy bien organizado bajo la custodia de guardias que
llevan librea y que protegen en su interior varios tesoros excéntricos que son
reminiscencias de antiguas glorias, armas con joyas incrustadas, palanquines,
sillas de elefante conservadas entre naftalina, relojes astrológicos,
vestiduras decadentes de Cachemira, huevos de avestruz y coches antiguos Está
abierto desde las 09.00 horas hasta mediodía y de las 14.00 a las 17.00 horas.
La entrada costaba 4 Rs.
3.- COMPRAS: Los más prestigiosos diseñadores de moda europeos y americanos utilizan la famosa seda y los tejidos brocados de Varanasi, telas preferidas desde siempre por los indios de buena posición para sus trajes de boda, auténticas joyas de familia que forman parte de su patrimonio. Los brocados de seda a mano de más calidad se llaman kinkhab. Forman tapices entretejidos con oro y plata puros, de delicados dibujos y muy decorativos. Los saris, estolas y otras prendas tejidas por artesanos pueden costar alrededor de las 23.000 Rs la pieza, pero también las hay mucho más baratas, de gran calidad y belleza. Para poder mirar un poco o comprar, se puede empezar por las selecciones del Brij Raman Das y el Ushnak Malmulchan, en la parte central de la zona de Chowk. El Monopolio de la Seda (Silk Comer), en The Mall, al lado de la oficina de Indian Airlines, tiene una gran variedad de sedas de buena calidad y a precios moderados, que se venden por metros, además de seda para pantalones cortos de boxeo, fundas de cojín, así como para corbatas. En los bazares podremos encontrar objetos de todo tipo. Es muy fácil comparar sus precios y ponerse a regatear. Las céntricas zonas del Chowk y Godowlia son buenas para sedas, brocados, perfumes, paan y bastones tallados; la Bajada de Vishwanath, para juguetes pintados a mano e imágenes de dioses y diosas; el bazar Thatheri, para objetos de cobre grabado y ajorcas de cristal lacado; el bazar Satti para sedas.