Domingo 4 de Agosto. Santos Juan Mª Vianney (lo conocen en su casa), Eleuterio y Protasio. (Escribe Lola) –
Salimos con la fresquita. El lago de Van, a nuestra derecha estuvo acompañándonos un buen trecho y la Isla de Aktamar como si de una bailarina se tratase, se contorneaba según las curvas para enseñarnos todos sus lados.
Al llegar a Tatvan, paramos en el hotel de un amigo de Apo, no alcohol pero si muchísimo chai. De repente algo perturbó nuestra plácida intimidad. Un autobús de italianos, lleno de italianos, que se pasean arriba y abajo por el hall del hotel como si de terreno conquistado se tratase. Los miramos desdeñosos desde nuestros asientos, y sacamos a relucir la mejor arma: el critiqueo: “Pues fíjate en esa con la cabeza rapada y los pendientes como huevos fritos, y ese con el chalequito tirolés......”
De nuevo subimos al autobús, nos acompaña un guía del hotel para ir a los lagos. Derecha, atravesar el pueblo, y nos metemos por un casi ficticio desvío a la derecha indicado por un pequeño cartel que pone Nemrut. Es una carreterita tortuosa (qué raro) que asciende suavemente al principio.
Mirad!, fijaos en ese pueblecito, ¿qué hay?, parece una boda, si es una boda!
Cuando tuvimos que atravesar el pueblo, estuvimos a punto de bajarnos y meternos en el mogollón y es que a estas alturas de viaje teníamos un desparpajo para entablar relaciones con la gente que pa aburrir.
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Pepe, que ya era Pepe, mi Pepe dime algo, y Carmen, se sentaron en el centro del autobús agarraditos los dos al respaldo del sillón de delante. A medida que el camino se estrechaba y retorcía la panorámica era más perturbadora. Los campos se veían como dameros en marrones que se sucedían hasta que al final acababan en el amplio lago Van.
De repente ¿qué es eso? un tornado?. Desde los 3000 m. de altura en los que debíamos estar, estrechos y alargados torbellinos de polvo se movían sobre el suelo como chimeneas transparentes. Algunos incluso al desplazarse hacían sombras. La reacción de Carmen: oye que no eh?, que no digáis tonterías, que si me lo llegan a decir que no subo....Pepe no mires¡.
Antes de llegar a lo que supuestamente debía ser la cima, el camino perdió el asfalto e incluso trozos de estructura. El autobús empezó a reptar dejando a nuestra derecha un inmenso vacío, Pepe y carmen se jaleaban espontáneamente y los demás les animábamos como un coro.
Paramos en el punto que debía coronar la pared exterior del cráter, bajamos para hacer las fotos pertinentes y ¡oh! sorpresa, el autobús de los italianos estaba un poco mas arriba que el nuestro.
Otra vez el autobús se agarra con las 4 ruedas para empezar la bajada, la pared se va alejando de nuestro lado para hacerse cada vez mas alta y se ve el primer lago. Al acercarnos al mas pequeño, el cráter se convierte en una llanura, y al abrigo de la pared hay un campamento de nómadas con sus rebaños de cabras, sus caballos y sus tiendas de piel. Parece que hayamos retrocedido en el tiempo o que estemos viendo una película, de la nos saca violentamente el pitido de una furgoneta que quiere adelantarnos.
En el suelo, trozos de obsidiana y piedra pómez que cogemos encantados.
Apremiados por el nuevo guía, nos volvemos a meter en el autobús para llegar al lago de agua caliente. Efectivamente existe no un chiringuito si no hasta dos, que suministran agua y refrescos a los visitantes. Muchísima gente ha venido a pasar su domingo haciendo barbacoas.
Miguel para variar, es el primero que mete los pies, y empieza a retorcerse gritando lo caliente que está el agua. Desconcierto porque no sale y no para de reírse. El Cortés y Alfonso se meten con precaución y equilicuá el agua está helada. Del origen volcánico quedan las burbujitas que brotan desde el fondo.
Nos explican que si es verdad que en determinadas situaciones el agua llega a alcanzar los 60º pero que no es predecible y que nos hemos quedado sin nuestro bañito termal.
Seguimos hasta el lago de media luna, el más grande. A su alrededor hay montones de grupitos de personas. Buscamos un sitio que no estuviera ocupado ni demasiado lleno de basura. Después de atravesar un bosque de ortigas que entresalen de los peñascos, llegamos a una zona ad hoc.
El primero en meterse es Apo, luego Miguel. Alba y Raquel se quedan en bikini y se acercan a la orilla para mojarse los pies. Cogiditas las dos de la mano se acercan al agua y zas, Raquel se resbala arrastrando en su caída a Alba. Los gritos resuenan atrayendo como moscas a todos los tíos que hay en la zona.
Pepe y Alfonso que no tenían bañador, se quedaron en calsotets previo permiso de sus señoras. Pablo se alejó para ponerse el bañador recatadamente cosa que no consiguió. Los demás nos sentamos para verles y seguir el cachondeo. Apo y Miguel se van lejos, según dicen hay zonas calientes. Pepe se va pa Mallorca y las niñas entre gritos nadan un poquito. Igual que pasó en Van, como no cantábamos por nosotros mismos, el tener de reclamo a la morena y a la rubia con escandalosos minibikinis atrae a miles de voyeurs que se sientan tomando posiciones para no perderse detalle.
¡Un descuido imperdonable!, porque debíamos haber cobrado entrada.
Mira que somos ruidosos los españoles, las risotadas rebotan en las negras paredes de basalto, que terminan casi en el agua. Suponemos que de ahí se han debido coger las piedras para construir la muralla de Diyarbakir. Algunas están cortadas como a cuchillo y tienen una superficie brillante y suave como si fueran espejos.
Pero se acaba el recreo pronto, volvemos hacia Tatvan tan despacio como vinimos pero cantando a voz en grito canciones de la tuna y las típicas de colegio de monjas y parece que la bajada se hace mas corta, e incluso por poco no nos enteramos de los agujeros del camino.
Después de la comida, seguimos viaje. Cuando nos alcanzó la noche Carmen nos empezó a enseñar las estrellas. La cuchara y siguiendo en línea recta la 5 y la 6 un poco mas a la derecha está la estrella polar. Y aquella no es el lucero del alba sino que por la posición que tenemos debe ser Mercurio. Sin darnos cuenta llegamos a Diyarbakir.
Nos metimos por una estrecha calle, parece que no promete mucho, y pronto a la izquierda unas banderas nos indicaron que habíamos llegado.
El portalón enorme, construido por bloques de piedra negra, es ojival y da paso a una especie de hall que se abre a un jardín.
Casi chocamos con la maqueta del kervansaray y como por arte de magia unos camareros nos ofrecen chai o refrescos.
El patio está lleno de grandes árboles con luces de colores, en torno a una cantarina fuente. Está recién regado y la frescura no sólo se siente sino que huele.
Alrededor del mismo, en la parte baja, unos sopórtales guardan tiendas y pequeñas mesitas para tomar te. Arriba por detrás de los arcos, se ven las puertas de las habitaciones.
Parece que nos hayamos metido en uno de esos palacios de las mil y una noches.
Las habitaciones, nos han guardado las mejores, tienen nombres en vez de números. A la nuestra, Hasankeyf, se entra por una puerta baja que se continua con un estrecho pasillo, que mata la esquina y te deja como en el centro. La cama es enorme, la ventana tiene casi medio metro de grosor y en el cuarto de baño tenemos un jacuzzi.
Encantados nos bajamos para tomarnos una birrita en el jardín. Esta tan cuidadosamente decorado que da gusto pasearse mirándolo todo.
Para cenar nos llevaron a la piscina. Nos habían preparado una mesa como si de una boda se tratase. A Jose, Apo, Jose Emilio y yo nos colocaron en el centro. A la derecha los adultos, a la izquierda los jóvenes.
Enfrente el escenario nos augura música en vivo y bailongo, pero para nuestra desgracia, los altavoces también están orientados hacia nosotros y el volumen nos deja callados como muertos.
Primero nos deleita un muchacho, pero luego sale una preciosa chica con traje típico que deja prácticamente al descubierto todos sus encantos, que a los críos obnubila y a las crías impresiona.
Me llama la atención un hombre que se pasea deprisa por todos lados, con una bata azul marino y una especie de cafetera en la mano. El artilugio es dorado con un mango y en el fondo lleva brasas. Cuando se acercó, extrajo de su bolsillo izquierdo una pequeña taza de porcelana, vació el contenido en ella y lo volvió a derramar sobre la cafetera que se lo tragó. Repitió varias veces la misma operación hasta que del pitorro salió un brebaje negro y caliente que nos ofreció. Era un café fuerte y amargo que se toma como aperitivo y que yo fui incapaz de tomar.
Se lo pasé a Jose Emilio pero en cuanto vio mi taza vacía la volvió a llenar, así que opté por dejarlo.
Después de la cena estuvimos bailando un rato y la danza del mar negro durante unos segundos nos salió bien
Luego unos nos fuimos a la cama y otros que son los que lo deben contar fueron al baño turco.